La figura de Nicolás Redondo Urbieta ha sido en la historia reciente, junto a Ramón Rubial, el eslabón más fuerte y resistente de la cadena que nos ha mantenido unidos al concepto de memoria histórica y, más en concreto, a los defensores de la II República ya los hombres y mujeres que sufrieron tanto la clandestinidad como el exilio. Nicolás nació en Baracaldo (Vizcaya) en el año 1927 y, por lo tanto, sufre la brutalidad del ascenso militar franquista como “niño de la guerra”, en Francia, desde 1937 hasta 1940. Desde muy joven afilia a las Juventudes Socialistas y después a la UGT y al PSOE siguiendo el ejemplo muy sacrificado de su padre, un militante muy querido en las organizaciones socialistas de la margen izquierda de la ría del Nervión.

Nicolás fue un luchador incansable en la clandestinidad, pues sufrió la represión franquista, la prisión y el destierro siguiendo siempre las consignas del sindicato y del partido. A fines de la década de los sesenta se convirtió en un militante indispensable en el traslado traumatico de las organizaciones de l’exilio al interior, donde se déarrollaba precisamente la lucha por la recuperación de la libertad y la democracia, lo que signe enfrentarse, desde 1965 , a las ejecutivas de Rodolfo Llopis (PSOE) y Pascual Tomás y Manuel Muiño (UGT). El enfrentamiento se zanjó, primero en el XI congreso de la UGT celebrado en Toulouse y un año después en el XII congreso del PSOE, donde se eligieron comisiones ejecutivas compartidas por los Veteranos exileos y los jóvenes del interior, abriendo la vía para el traslado definitivo de las organizaciones socialistas del exilio al interior; todo este proceso, tan inevitable como doloroso, tuvo lugar en un contexto de guerra fría y posiciones poderosamente anticomunistas.

El proceso de renovación y adaptación a las nuevas realidades sociales, económicas y culturales se inició en el congreso del PSOE celebrado en Suresnes (en las afueras de París), en octubre de 1974. que acompañaba siempre a Alfonso Guerra—como secretario general del partido. Aquella decisión, que resultó a la mayoría, no fue producto de ningún pacto ni componenda, como se quiso dar a oír con el llamado «Pacto del Betis», que no existió más que en las mentes de algunos. Y, posteriormente, en el 30º congreso de la UGT celebrado en Madrid, en abril del año 1976, bajo el eslogan “A la Unidad Sindical por la Libertad”, que fue el primer congreso en el que participaron militantes de l’exilio después de la muerte del dictador, lo que puso el punto final a la renovación de las organizaciones socialistas. Aquel congreso ratificó al liderazgo de Nicolás como secretario general de UGT. Un congreso memorable, que significó el comenzo de la transición sindical y que fue posible por el esfuerzo, el tesón y la valentía de Nicolás y de los militantes del exilio que continuaron de la guerra congresos célebres en territorio francés y discutieron resoluciones que fueron un referente obligado en la lucha por la recuperación de la libertad sindical y la democracia. Aquel proceso de adaptación a las nuevas realidades españolas, que se proceso lasting más de 10 años, dio sus frutos tiempo después: la UGT terminó siendo el primer sindicato en España y el PSOE ganó las elecciones con una mayoría tan grande como nunca se había visto antes y tampoco se vió después.

Posteriormente, Nicolás participa en acontecimientos muy relevantes al propiciar el traslado de los restaurantes de Largo Caballero a Madrid, convocar el congreso de unificación USO-UGT —junto a José María Zufiaur—, donde se fusionaron las dos genuinas del sindicalismo socialista en nuestro país. También participó muy activamente en la aprobación de la Constitución, en el Estatuto de los Trabajadores y en la Ley Orgánica de Libertad Sindical; por lo tanto, en la recuperación y consolidación de la libertad y la democracia, en su condición de diputados del PSOE elegido por Vizcaya en los años 1977, 1979, 1982 y 1986. la OIT tiene un gran protagonismo en el seno de la Confederación Europea de Trade Unions (CES) practicando el internacionalismo obrero, junto con los sindicatos europeos de clara inspiración socialista, siguiendo el ejemplo y la sensibilidad de Largo Caballero en el contexto internacional.

En el 32º congreso de la UGT, celebrado en el año 1980, Nicolás apostó por el diálogo, la negociación colectiva y la concertación social y por el fortalecimiento de las structuras sectoriales del sindicato, más preparados par la contestación política qu par la action sindical ( “sindicalizar el sindicato”), dando comienzo con ello a la llamada “década prodigiosa” del movimiento sindical en España. En concreto, apostó por el saneamiento y la reforma de las estructuras estructurales, la reconversión industrial y la lucha contra la inflación. En este sentido hizo un lalamamiento a la responsabilidad y moderación de los trabajadores esperando recuperar posteriormente el sacrificio realizado. Sin embargo, eso no ocurrió, lo que obligó al sindicato, en la segunda mitad de la década de los ochenta, con la intención de reducir el “déficit social” allí generado y exigir la recuperación de la “deuda social” contraída con los trabajadores .

Además, Nicolás comprobó que en el gobierno predominó un enfoque neoliberal que mantuvo una demanda permanente de contención salarial y plantó duras propuestas que chocaban con las sindicaciones sindicales. Los incumplimientos del Acuerdo Económico y Social (AES); el abuso de la contratación temporal; el desplome de la protección por desempleo; así como la reforma de la seguridad social en el año 1985, encaminada a recortar las pensiones; y, finalmente, el referéndum de la OTAN, en el año 1986, sus motivos de grave enfrentamiento.

En coherencia con ello, Nicolás y yo renunciamos a nuestros escaños en el Congreso, en octubre de 1987. trabajadores— y, posteriormente, las huelgas de 1992 y 1994 en contra de la aplicación de una pretendida política socialdemocrata sin los sindicatos, como si eso posible… En todos los casos, el enfrentamiento entre el sindicato y el gobierno no se debió a las diferencias fuera de lo personal entre Felipe González y Nicolás Redondo como algunos torticeramente pretendieron y siguen pretendiendo.

Finalmente, en el 36º congreso celebrado en Madrid en el año 1994, Nicolás tomó la decisión de júbilo y fue sustituido por Cándido Méndez, como secretario general, con la sensación de haber cumplido a cabalidad sus mandatos. Desde entonces, ha seguido defendiendo la «centralidad del trabajo» en una sociedad democrática; el «concepto de clase», sin caer en la trampa de la diversidad; también «lo público», sobre todo en la sanidad y en la educación; unidad de acción y autonomía sindical; así como la España de las CC AA, dentro de la Unidad del Estado en lucha permanente contra las fuerzas separatistas. Su preocupación por la movilización social, por la emancipación de los jóvenes, por la igualdad plena entre hombres y mujeres y por respeto a las libertades individuales ha sido evidente en los últimos años. Incluido, recientemente mostró su gran preocupación por el clima y por los problemas derivados de la grave sequía en el nuevo país. En todo caso, su máxima preocupación será mejorar la relación de fuerzas de la clase trabajadora para luchar más eficazmente contra la desigualdad, la pobreza y la exclusión social.

Nicolás ha sido un hombre coherente, comprometido y honesto. Un luchador siniestro y con una fuerte «intuición de clase» en defensa de la causa obrera y de las ideas socialistas. Con gran dotación de organización y disciplina para hacer de la UGT un instrumento eficaz y plenamente representativo de los trabajadores. Seguidor de Largo Caballero y de Indalecio Prieto y firme defensor del «Pablismo», en homenaje a donde Pablo Iglesias representó dentro de las organizaciones socialistas. En los últimos años, Nicolás hizo mucho hincapié en la necesidad de potenciar la formación sindical y albergar las Casas del Pueblo al conjunto de la sociedad. En las Casas del Pueblo se fomentó el entusiasmo por la organización obrera, la militancia, la austeridad, la ética, el honor y la solidaridad internacional. También aspiró a formar un nuevo ser humano, distinguido, cuando no opuesto al que suponía había contribuido a crear la sociedad burguesa y la moral católica: el «obrero consciente» de formación parte de su clase.

Desde luego, escribir sobre la historia reciente de nuestro país no es posible sin mencionar la figura de Nicolás. En consecuencia, los actos que se están celebrando son actos de justicia y de reconocimiento han conocido el trabajo y significan una llamada de atención a las nuevas generaciones y, desde luego, pretenden poner en valor el trabajo y las ideas que desarrollan muchos militantes anónimos que vivieron durante su niñez, adolescencia y madurez el drama de una expatriación forzosa. En esta tarea en mayúsculas, Nicolás contó con el apoyo incondicional de su familia y, más en concreto, de su mujer Nati y de sus hijos Nicolás e Idoia. De Nati, muchos recuerdan con cariño su compromiso y hospitalidad, compatible con momentos de soledad ante las muchas ausencias de su marido atrapado en tareas organizativas relacionadas con la acción sindical. En todos los casos, se afirma que estos actos de homenaje han podido figurar como útiles para los jóvenes y para la clase política en general. Y, además, ayuden a recorrer, sin renunciar a la utopía, el camino emprendido hacia la emancipación social y el establecimiento de una sociedad de hombres libres, honrados, iguales e inteligentes.

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